A veces no sé qué decir,
Es como si las palabras se quedaran atrapadas en un peaje,
No tengo dinero suficiente para pagar lo que sale de mis labios.
Y mis oídos no soportan el ruido,
deben descansar del estruendo de la ciudad,
ellos quieren escapar casi todos los días,
a un lugar donde todo sea más pacífico.
Mis ojos se abren,
Para decir lo que mi boca no puede,
Pero se cansaron de decirlo todo,
Porque nadie los observa con la misma honestidad,
Y se cierran de golpe.
Mi tacto, en cambio, es humilde,
Le gusta un abrazo sencillo,
Un beso en la frente y otro en la mano,
Le gusta sentir el frío del agua,
Y el calor del sol por las mañanas,
Es agradecido y se complace de sentir la vida,
También es amigo del sufrimiento,
Aunque de vez en cuando discuten.
Mi olfato tiene memoria fotográfica,
Si no puedo recordar algo, él lo hace por mí.
Tiene la costumbre de llevarme a aquellos lugares por donde el tiempo se había olvidado de pasar,
De abrumarme, si así lo desea
Y de removerme las lagunas del ser que yo creía eran tranquilas.
El gusto, en cambio,
Es casi un sentido revolucionario,
Demasiado dulce, salado, amargo o simple,
Le disgustan siempre los extremos,
Pero no se quiebra si debe degustarlos,
Y por eso nos llevamos mejor que antes,
Me ayuda también a decidirme por el sabor que más deseo mantener,
Pero se desespera cuando no depende de mí poder brindárselo.
Esto es así,
Hablando de tanto sentido, nunca me doy cuenta que he sentido tanto,
Sobre todo cuando es suficientemente intenso y doloroso,
Hasta que de repente me percato,
Por cosas del destino, de la conciencia, del duelo o del amor,
De lo mucho que me costó dejar de sentirlo.
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